¿Por qué escribo?

Esta entrega es un poco larga, pero lo necesito :-)

Es una voluntad. Ocurre desde dentro. El movimiento puede pasar muchas veces imperceptible. Tiene la misma fuerza de un paso adelante. Me pongo de pie. Espero. Espero nada. Porque si hay determinación, se esconderá. Es un tímido movimiento. Tiene la misma fuerza de los tímidos. De los débiles. Es una fuerza casi imperceptible. La misma de las montañas. Es una fuerza que respira silenciosamente la eternidad. Yo sigo de pie. Quizás respire. Al menos, eso supongo, sino no podría estar escribiendo aquí estas líneas ahora mismo. Concluyamos entonces que estoy de pie y respiro. Todo mi peso descansa sobre la tierra. Todo mi cuerpo. Mis pestañas y mis muslos se apoyan sobre la tierra. Entonces soy un árbol y un monolito. Soy un hierbajo, un grano de trigo. Soy un pez y un toro obstinado. Este movimiento es tendencioso, testarudo, tímido. Mientras me trueco en formas, el ritmo se instala inquieto en alguna parte de mí.

No hay calma. Es la tensión de los volcanes antes de vomitar su lava candente. Es la tensión del asesino, apenas unos segundos antes de cometer el crimen. Es el mismo movimiento que lleva hacia la vida o la muerte. Estoy viva gracias a muchas muertes. Cada vez que un personaje toma vida en una hoja. Incluso me da su sangre en tinta que circula. Cada vez muere dentro de mí para vivir fuera de mi. No es un asesinato convenido. Es una fuerza mayor como en cualquier asesinato. Si no mueren, agonizarán en mi. No hay escapatoria. Yo sigo de pie, respirando, esperando. Nada digo, ni tan siquiera murmuro. Puede suceder en cualquier lugar. Me veo obligada a estar en el sitio más adecuado. En casa, en soledad. Si me asalta y no estoy en el sitio adecuado, volverá con más fuerza para vengarse. Puede que incluso me postre en la cama para obligarme a esperarle. Yo espero entonces acostada, agotada. Puedo estar por la calle y he de volver a casa corriendo. Su urgencia no perdona. Aquí estoy de pie, respirando. Sale el paso hacia delante desde mis entrañas. Desde la boca del estómago. Como un paso, como un vómito. Luego escribo. No sé si habría de poner el verbo en primera persona.

En realidad no sé quien escribe. Ni antes, ni después. Sólo hay un mientras. Mientras, sé que físicamente lo estoy haciendo yo. Yo misma. Me leo, escribo, releo, cambio. Soy yo, o mejor dicho: es mi cuerpo quien lo ejecuta. Antes no tengo conciencia de que sea yo. Después, muchas veces me pregunto quién habrá escrito lo que yo he escrito (es mi letra, es mi sangre). ¿Y esto lo he escrito yo? Y puedo descubrir una pequeña frase que me gusta, quizás incluso, a veces, una imagen. ¡Lo habré hecho yo! No había nadie más. Estaba en casa, sola, esperando. Supongo que a muchos asesinos les sucede lo mismo. No sé porqué lo supongo, pero lo creo. Al final, la mayoría de las veces me quedo agotada otra vez. Es un agotamiento diferente. Al final me quedo sin sangre, vacía. Necesito tiempo para recuperarme. Necesito un duelo para acabar de morir.

Escribir también es una despedida. No de amigos. No de un enemigo. No de familiares. No de un amante. Si no de un lugar en el que he habitado y en el que viven amigos, enemigos, familiares, conocidos y desconocidos, amantes y un amor. He tardado 20 años en comprenderlo. He necesitado 20 años para respetarlo. Respetarme. Hasta dicho momento he muerto. He llorado, me he desgarrado. He muerto. He agonizado. He muerto, he dicho.

¿Cómo fueron sucediéndose las fases? No fue que comprendí un día. No fue una luz que se hizo. Fue un desliz hacia otro camino. Caminos hubieron dos. Uno en el que me perdí y otro en el que me encontré. Hubo que aprender a esperar. Fue lo más difícil. Es lo más difícil. Estoy convencida de que cuando sepa esperar, escribiré noveles muy largas. El sentido es fugaz como el desliz. Un relato largo es acompañar la espera del desliz, el ritmo de la fuga. Acompañar un timo. Acompañar la muerte. Caminar a su lado y esperar la conclusión sin apenas intervenir. Pero un día me pareció que todo era escritura. Que así la vida era más soportable. La única forma. Única. La soledad se hizo más necesaria.
Incluso vital.

La soledad que siempre he sentido como si estuviera ajena a todo lo demás, a la vida, pero no a la muerte. Desde otra orilla. Pero no lo entendía. Lloraba desde esta orilla y veía más allá el barco que había partido. Allí, allí estaban felices y yo los veía, desde aquí, lejos. Lejos. Lejos. Repite la palabra “lejos” como un autista. Lejos. Lejos. Tiene un movimiento. Es cadencioso. Es una nana. Lejos me mece la vida. Lejos la veo pasar. Toda una vida sintiendo nostalgia. Y la vida estaba aquí, meciéndome. No lo sabía. Yo miraba a la otra orilla. Allí veía a los humanos. No los entendía porque no los escribía. Pero un día todo se transformó en “escribible”. Podía contar sobre la nana, sobre la nada. Vivir arrancó un sentido. Vivir mató. No el vivir, sino vivir en sí mismo. Porque ver la vida para escribirla da respuesta a los cómo. No siempre. Siempre no hay. Es un segundo, un movimiento que nace del embarazo de muchos años o de muchos segundos. Lo primigenio sólo se perfila con la poesía. Lamentablemente no soy poeta. Sólo veo y escribo, describo. Y veo que me miras. Veo la historia de tu mirada. A veces puede que llegue a intuir la historia de tu mirada. Si no, me la invento. Toda invención es tan verdadero como la verdad en sí misma. Quizás sea la historia de una posesión. Poesía. Poseía. Detener el temblor en la mano, por un segundo. Luego se desliza. Se pierde en un ancho mar.

A los 15 años me prometí que no escribiría jamás. Jamás sería un Borges, ni Cortázar, ni Ciro Alegría, ni Alfonsina Storni, ni Calderón de la Barca. A los 40 leí a Fellini. Me hablaba a mí y escribir ya era un hecho natural. Vital. Leí lo que estaba esperando toda mi vida. Cada vez que me asesino debo recordar a Fellini para volver a la vida. He estado muerta todos estos años. No recuerdo una frase. Sólo sé. Sé que a través de Fellini volví a la vida. Y vuelvo cada vez que regreso a mi muerte. Ya antes había regresado al escribir, pero sin creerlo. Sin fe. Sin amor a la vida. Ahora necesito descansar. Y me quedo quieta. Respirando. Esperando la certeza del impulso del movimiento mientras intento atraparlo con palabras.

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