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La memoria de las ballenas

En un viejo archivo encontré algo extraordinario. Fue noticia en los periódicos de todo el mundo: ballena perdida en nuestras costas.

Aquí en el Báltico el tiempo es más lento que en otros lugares del mundo, es la niebla, las ballenas están de paso hacia otros mares, hay tiempo para encontrar el pasado. En los raros días sin niebla las vemos a lo lejos; si no, queda su grito ahogado de blanco y espesura.

Una ballena atracó en nuestras costas. El esfuerzo desgajó sus aletas, se quedaron flotando cerca de su cuerpo, añorándolo.

Como aconteció no es abordable. Ya no interesa porque sucedió hace mucho para unos pocos y además fue, y aún lo es, inexplicable. Pero hasta para eso hay buenas razones.

Con la guerra española del ’36 mujeres y hombres se encontraron en tierras diferentes. Las mujeres y los niños fueron empujados en un barco. Los hombres, a un tren. Unos y otros fueron igualmente conducidos al final de aquella desdicha. Los separó finalmente una promesa, ya no la guerra.

Las mujeres y los niños cayeron como las gotas de una lluvia huracanada en las costas del Golfo de México. Los trenes de los hombres llegaron al norte de Alemania. Luego no hubo sino huída a través del bosque hasta el Báltico, cielo y mar blancos, playas negras.

Nada sabían los unos de los otros salvo que estaban perdidos. El correo en aquellos años no existía pues a una guerra sucedieron otras y otras más como un bordado siniestro de formas caprichosas. Ni un mensaje. Se perdieron también las botellas, no alcanzaba las palomas a atravesar tanta distancia, ni los gorriones ni las mariposas. Pero las ballenas, las ballenas, sí.

¿De quién había sido la idea? Quizás fuera de una mujer en México o de un hombre al ver aquellos que no eran navíos fantasmales en el Báltico o tal vez de un niño o un poeta. Hubo alguien que fue el primero, sin lugar a dudas.

Alguien vio una ballena en febrero, a más de una. Un chamán les ayudó. Cuando las ballenas llegaron a las otras orillas abrieron sus grandes bocas y de ellas salían palomas mensajeras, gorriones y mariposas. Se llenaron de lunares de esperanza el cielo y el mar. Entonces supieron los hombres que sus mujeres les amaban y las mujeres que sus hombres vivían con su amor. Y ese amor les hizo continuar.

Las ballenas escuchaban cientos de veces los nombres de las personas amadas, los que eran aullados en cada orilla cien y mil veces y con tal dulzura rota que las ballenas compasivas se los aprendieron de memoria, en cada regreso a la otra orilla los repetían como ecos. Los hombres, las mujeres y los niños amados lloraban de alegría mientras cazaban palomas, gorriones y mariposas

Con el tiempo y el dolor inexorables, unos y otros fueron muriendo. No fue por el tiempo, tampoco por el dolor sino por su densidad asfixiante. Los cuerpos de las mujeres y los niños se evaporaron y aún son nubes de formas caprichosas como mariposas, palomas y gorriones, y también ballenas. Los cuerpos de los hombres se volvieron vasijas rotas cubiertas de una pátina blanca. En un día de sol, llegaban a brillar como perlas sobre las arenas negras del Báltico. Pero de eso hace tanto tiempo que todos lo han olvidado. Menos las ballenas.

Es un secreto de ballenas que cada año una de ellas al alcanzar las costas bálticas se transforma en mariposa para recordar el amor entre dos costas lejanas sólo que antes buscan el nombre de la persona amada y al no encontrarlo, se entregan a la costa por melancolía y amor.

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