La suerte del destino de Aladino I

“Érase una vez en la capital de un lejano reino muy rico y de vasto territorio, había un sastre llamado Mustafá, pobre en extremo y cuyo trabajo apenas le daba para mantener a su mujer y a un solo hijo que tenía. Aladino, tal era el nombre del hijo del sastre, se había educado en el más completo abandono, y por lo tanto adolecía de grandes defectos y de perversas inclinaciones. Desobediente a sus padres y aficionado a la holgazanería, pasaba los días enteros fuera de su casa, jugando en las calles con vagabundos de su edad y de su especie.”

Entremos en el mundo de este “érase una vez”. No se trata de cualquier lugar sino de un gran territorio muy rico. Podemos imaginar sus praderas siempre verdes, sus majestuosas montañas, lagos, ríos y mares cristalinos que regalan sus peces a quienes quieran. En tierras así las flores se mezclan en los huertos con las más sabrosas frutas y verduras. Las ciudades bullen de animación. En un rico y vasto territorio hay lugar para todos y todos pueden ser felices. Sin embargo…

A veces podemos encontrarnos en el mejor de los lugares y no tener suerte. Como si pasara para los demás menos para uno. Hacemos las cosas de la mejor manera, nos esforzamos, damos todo lo que podemos y sin embargo…

El sastre Mustafá evidentemente se encontraba en una desdichada situación. Podemos imaginar una ciudad rica y llena de oportunidades menos para Mustafá. ¿Por qué sería? ¿Acaso nadie compraba trajes nuevos? ¿Tal vez ya no se confiaba en los sastres? ¿Iban todos desnudos? No, no creo… Quizás no acertemos con la causa aunque podemos imaginarlas. Lo cierto es que a veces parece que la fortuna sonríe a todos cuantos están a nuestro alrededor menos a nosotros. Vemos como gente “que no se lo merece” tiene más suerte que nosotros. A los demás parece irles bastante bien o mejor que a nosotros en un vasto y rico territorio que se nos antoja lejano y sobretodo ajeno.Y sin embargo seguimos esperando. ¿Qué esperaría Mustafá, el sastre, puntada tras puntada?

Parece que su hijo Aladino lo tenía aún peor puesto que “…se había educado en el más completo abandono…” Natural. Cuando falta el pan la desesperación se va adueñando del espacio que queda vacío. Muy probablemente su padre y su madre no tenían más atención que para cuanto les faltaba. Seguramente sus ojos se volvieron tristes. Cuando Aladino era pequeño no pudieron prestarle atención y el niño creció a su aire. Creció y creció sin cuidados hasta convertirse en un bala perdida. Efectivamente: “… y por lo tanto adolecía de grandes defectos y de perversas inclinaciones.”

No sólo era pobre, sino que estaba descuidado y además estaba perdido para recuperarse si hubiera alguna posibilidad. Estamos frente a un gran perdedor, un perdedor esencial sin vías de recuperación. Si esto no es mala suerte… ¿qué más nos queda?

Aladino es un niño abandonado en un laberinto sin salida. Imposible que tenga suerte, ¿verdad? Y sin embargo… sabemos que la tendrá porque se trata de un cuento conocido. ¿Pero cómo? ¡Ah! Para eso queda mucho cuento…

Cuando creemos que no tenemos suerte nos sentimos un poco como Aladino, un niño abandonado. ¿Por qué a mí no? ¿Por qué yo? Pero hay una parte de nosotros que sabe que el cuento continuará y que este niño abandonado tendrá suerte. Pues entonces se lo hemos de hacer saber.

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