Las primeras líneas del libro

Las que siguen son las primeras líneas de este libro. Fueron escritas durante un tórrido verano del año 2002. Siguen siendo completamente vigentes y se aplican de igual manera a este blog.

Antes
Quisiera que mis primeras líneas estuvieran dedicadas a una confesión. Todo cuanto relato puede parecer inverosímil, a veces hasta yo misma tengo ciertas reticencias al respecto. Lo que es cierto y lo que no lo es conviven estrechamente. La frontera es apenas perceptible, créeme. Hay una delgada línea que atravesamos como sonámbulos, unas veces y como equilibristas, otras. No se trata de caer en el abismo de la falsedad; tampoco en el de la verdad. Más allá de los abismos y de las delgadas líneas, yo apenas te contaré historias. Entramos en un territorio reservado a la imaginación con toda su verdad y toda su falsedad. Todo depende de qué consideremos.

Es un universo que no admite juicios tal como muchos lo entienden en el día a día. El renacentista Dante imaginó esta región como un bosque; Lewis Carrol, el creador de Alicia en el País de las Maravillas, como un largo túnel; Michael Ende nos habló de Fantasía. A pesar de las diferencias, los autores coinciden en la profundidad de este espacio y en todos los casos (con la gran diferencia de siglos que separan tan reconocidas propuestas literarias) la experiencia nos conduce a un territorio mágico. Una zona en la que las leyes del día a día, de nuestra realidad cotidiana, no nos sirven para nada y de ahí que muchas veces numerosas personas duden y teman ante este vasto territorio. Creen que sin los referentes de la realidad, sin las normas y sin lo que conocen, este espacio desconocido se volverá su enemigo. La única exigencia es mantener los ojos bien abiertos.

La verdad es que estas historias que a continuación comparto contigo han habitado en mi familia por cientos de años. Son historias tan antiguas que nadie sabe datarlas con precisión. Son un entramado de creencias, de recetas, de fórmulas y cómo no, de historias. Lo único que sabemos es que han sido transmitidas de generación en generación, de abuelas a nietas. Ahora es mi madre quien se las cuenta a mis hijas y algún día, tal vez, yo se las contaré a mis nietos. Nada hay de cierto en el continuo fluir de la vida, no sé qué sucederá, sólo sé que es una de las tradiciones familiares con la que me gustaría llenar los baúles de recuerdos de las generaciones futuras de mi familia.

Cuando nací, mi abuela me tomó entre sus brazos y cuidó de mí durante mis primeros días tal como ordenaba nuestra tradición. Ya entonces entre arrullos y nanas mi abuela me contaría la primera historia. Yo era la primera nieta de la familia, la esperada para continuar con la tradición. Tal como rezaba en los códigos antiguos la primera nieta de cada generación sería la continuadora. ¿De qué? ¿Qué se supone que habría de guardar, velar y llevar adelante? Porque aún no lo he contado, me perdonarás el despiste, querido lector, a nosotras nos pasa a menudo. Será por tener la cabeza en las nubes o, mejor dicho, en la luna.


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