
Ésta portada fue una de las propuestas de la editorial.
Desde lejos parece interesante. rememora un tapiz medieval. Incluso podemos oír la música de laúd mientras la carne jugosa se deja abrazar sobre unos leños en la gran sala de algún banquete. Primero se ven los dragones y el árbol. Los dragones me encantan y la ilustración medieval del árbol de la vida, también.
Pero al acercarme a mirar vi al perro. Me pareció un chucho abandonado. Yo ya colaboro con un par de asociaciones de animales para recoger los que tanta gente abandona y acojo a muchos gatos. La idea no me gustaba nada, la de ver un chucho abandonado relacionado con el destino me parecía triste, muy triste y con claras denotaciones negativas. ¿Cambiar un ángel por un chucho? No, no, ni hablar. ¿Se suponía que el perro éramos nosotros a merced del destino? Ni hablar, ¡vaya! Nada que ver con el mensaje del libro.
El beige de fondo simplemente igualaba el libro a tantos otros de tantas otras editoriales y de la misma Obelisco, donde parece gustarles mucho ese tono.
Además el perro de esa portada me recordaba a otros dos.
El primero que acudió a mi mente fue el perro de un cuadro de Goya que se encuentra en el Prado. Está en la planta baja. Lo conozco de memoria porque hace tiempo iba a contemplarlo casi a diario, así como a las demás pinturas, de la época negra del genial Goya.
La última y más representativa de las Pinturas Negras catalogadas es el inacabado Perro hundido en la arena. En dicha imagen, el animalejo asoma la cabeza por un talud, elevando el hocico hacia la derecha del cuadro como si buscara allí lastimosamente con la mirada algo o alguien que pudiera ayudarle a salir de esa situación atroz: ser sepultado vivo por una tormenta de tierra. Sin embargo, el amplio espacio que Goya abre en el margen hacia el que mira el can no deja lugar a dudas, allí no hay nada. Nunca sabremos si logra salvarse el chucho. Puede que se hunda o que pueda escapar. Es una cuadro que nos habla sobre la fatalidad, la hermana oscura del destino.

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